Hace unos días vi la película Hijos de Dios de Ekain Irigoien, hijo de mi gran amigo el escritor vasco Juan Mari Irigoien, que me conmovió mucho. En el festival de San Sebastián fue ovacionada con entusiasmo, las entradas se agotaron el mismo día en que salieron a la venta, y en el festival de Madrid obtuvo cuatro premios: de la Crítica, del Jurado Joven, a la mejor Dirección y a la mejor interpretación para Javier Lea y Mariano López. La película narra la historia de tres personas sin hogar, invisibles para la gente en las calles de Madrid, pero que mantienen entre sí una fuerte amistad que les permite vivir con dignidad su situación de absoluta precariedad.
En la presentación de la película, Ekain confesó que se daría por satisfecho si la película ayudaba a ver con comprensión las vidas de tantas personas que por su situación o por haber vivido historias muy complejas y difíciles, se han visto obligados a vivir en la calle, sin un techo donde cobijar sus cuerpos y sus sufrimientos. En palabras del propio Ekain, “te das cuenta de que han tenido vidas durísimas y que es muy difícil estar en la calle tanto tiempo y no caer en la locura… Ellos están en la calle y necesitan ayuda, y lo que reciben son malas caras e insultos. Puedes aguantar un mes, pero cuando ya llevas 20 años como ellos, la mayoría de esas personas está bastante deteriorada físicamente y sobre todo mentalmente. Es una película hecha por ellos y para ellos y espero que podamos abrir los ojos ante ese gravísimo problema social”.
A mi modo de ver, el mayor éxito de la película es que consigue narrar la situación desde los ojos de quienes la sufren y no desde nuestros prejuicios y nuestras miradas duras, siempre dispuestas a enjuicia y condenar, e incapaces de comprender y acercarse a su dolor. Por ello, la película es capaz de descubrir brotes de un gran humanismo y de profunda espiritualidad que muestran los personajes en sus diálogos sobre la vida, sobre la muerte sobre el amor y el desamor, y en las canciones con que celebran la vida. Contra lo que uno pudiera pensar, los protagonistas no muestran el menor rencor contra la sociedad que los ignora, no culpan a otros de su situación, celebran la alegría de la amistad y muestran una profunda espiritualidad que Ekain supo descubrir y contarnos.
Nada extraño, por otra parte, pues tuvo que heredar algún vestigio de su padre, un hombre de una espiritualidad tan exquisita que es capaz de pasar horas escuchando la canción del agua de un arroyo entre las piedras, o de mirar embelesado los vuelos redondos de una mariposa o la simetría perfecta de una flor. En cuanto a su fina sensibilidad social, recuerdo que cuando hicimos un viaje a Colombia, estábamos almorzando en un restaurant popular y algunos niños de la calles entraban corriendo a llevarse los restos de comida que algunos comensales habían dejado en sus platos. Cuando Juan Mari vio que los camareros los expulsaban con violencia, los regañó sin miramientos e hizo que sirvieran a los niños expulsados los platos de comida que quisieran.
5 años le llevó a Ekain el rodaje de la película en los que fue fraguando una relación de confianza y amistad profunda y sincera con los protagonistas. Primerofue un largo trabajo de campo, en los que compartió albergue y comida con muchas personas sin techo para poder elegir a quienes iban a ser los protagonistas de la película. A los dos meses encontró a Javi y fue él quien luego le presentó a Romeralas y Mari José, a quien está dedicada la película pues murió durante el rodaje. Eran todas personas que vivían en la calle y con ellos Ekain empezó pacientemente a construir la historia
“Es lo que sé hacer, cuenta Ekain. Sé hacer películas para contar historias. Y creo que cada vez se lee menos y se ve más y quería llegar a cuanta más gente mejor. Yo quería contar una historia real, con personajes reales, pero utilizando un lenguaje visual más propio de la ficción. Quería hacer una película de verdad. Y para contar su verdad, tienes que contar con ellos. Con actores la historia, ya no es de verdad. Normalmente estamos acostumbrados a ver a estas personas sentadas en el suelo y las vemos desde arriba; yo ponía la cámara siempre a la altura de sus ojos o un poco más abajo. Quería acercar al espectador a su altura y mostrarlo así. Yo siempre suelo decir que he intentado dirigir la película, pero realmente quienes la han dirigido han sido ellos. Ellos decidían en qué escenas sacaban a relucir sus almas y su esencia, y al final han sido las secuencias que han quedado en la película final”.
Para ver los ojos del alma debemos tener la Gratitud primero en nuestros corazones, ser mejores personas pero, en estos tiempos tan difíciles ya no se, a quien mirar porque el aura de mucha gente está oscura. Practiquemos la Gratitud nos hace tener el sentido de la vida en una forma muy especial.