El Dios de Jesús es un Dios de vivos, que ama la vida, y quiere que todos tengamos vida en abundancia. Por ello, siempre nos invita a combatir los aliados   de la muerte como la violencia, las guerras, el egoísmo, la codicia,  la corrupción,  que ocasionan todos los días miles de muertos. Y en estos momentos donde un virus ha desplegado en todo el mundo sus banderas de enfermedad  y muerte,  Dios nos invita a amar  la vida con pasión. Amar la propia vida y la vida de los demás, ya que todos somos hermanos.

Para amar la vida, debemos aprender a admirarla. Admirar el milagro que  se oculta en una mariposa, un pájaro, un niño, un anciano, un rostro surcado de arrugas por el trabajo y el sufrimiento. El amor nos invita a mirar y admirar, a dejarnos envolver y sorprender por la vida, a contemplarla en su misterio,  en su fragilidad y su vulnerabilidad.

Amar la vida es también respetarla y protegerla. El amor implica respeto, un respeto sagrado, porque toda vida es sagrada. Respetar es contemplar la vida del otro en su dignidad absoluta e irrenunciable y  trabajar siempre, con virus y sin virus, para que  esa vida  pueda alcanzar su plenitud. Sin respeto a la vida, a oda vida humana,  no hay paz, ni pacífica convivencia

El amor desencadena el agradecimiento. Agradecer el gran regalo de la vida que se nos  ha dado sin pedirla ni merecerla y todos los regalos que nos llegaron con ella y seguimos recibiendo  sin cesar.  En estos días de obligada encerrona,  deberíamos  valorar y aprender a disfrutar todos los regalos que recibimos cada día: los destellos del amanecer, el aroma del café,  la caricia de la brisa y de la lluvia, los besos de las flores, el cariño de los familiares y amigos,  la palabra, la risa, los alimentos, el agua, el sueño, los libros, la música,  los aparatos electrónicos que nos distraen y con los que podemos conversar con los familiares y con  los amigos que están lejos …Agradecer especialmente  a todo el personal sanitario que está combatiendo al virus en primera fila, arriesgando sus propias vidas,  Agradecer también a todos los que, con su trabajo,  posibilitan que podamos seguir viviendo. Y agradecer a todas las personas solidarias que en estos días derrochan atenciones y cariño.

Amar la vida es curarla: curar las heridas del cuerpo y del alma, la enfermedad y el sufrimiento. Acompañar a los enfermos, a los que sufren y están asustados, a los que han perdido a familiares querido, a quienes  ya no encuentran  motivos para seguir viviendo.  Amar la vida es sembrar  esperanza y  curar las heridas  del cuerpo y también las del alma como la tristeza,  la depresión y el miedo. Ser capaces de brindar razones para luchar, sufrir, vivir y esperar.

Amar la vida es entregarla. Nos dieron la vida para darla, para defender cualquier vida amenazada, para vivir como un regalo para los demás. En estos momentos de incertidumbre y angustia, podemos ayudar a detener al virus o a fortalecerlo, podemos ser amenaza o salvación; encerrarnos en nuestro egoísmo o fortalecer la esperanza y la  solidaridad.