Lo ha sido desde que nació hace ya 58 años en un rancho de Catia, Caracas, regalado por Abrahán Reyes, un obrero, con cien niños sentados sobre el cemento crudo del piso, pues no tenían ni pupitres, ni sillas, ni pizarrones, ni libros o cuadernos. Ellos fueron los primeros alumnos de Fe y Alegría, producto de exportación genuinamente venezolano que ha llevado sus banderas de servicio y amor a 17 países latinoamericanos y al Chad, el país más pobre de África, donde casi la totalidad de los alumnos son musulmanes.
Los fundadores de Fe y Alegría optaron por la educación por considerarla el medio más idóneo para combatir la miseria, derrotar la injusticia y la violencia y hacer de las personas sujetos dignos, productivos, solidarios. Pero tenía que ser una educación de calidad, lo que suponía practicar la discriminación positiva, es decir, privilegiar y atender con especial cariño y atención a los alumnos más carentes y necesitados.
Si una sociedad no educa bien a las nuevas generaciones no conseguirá ser más humana por grandes que sean sus avances tecnológicos o su potencial económico. Para el crecimiento humano, los educadores, no los meros profesores, son más importantes y decisivos que los políticos, los militares, los técnicos o los economistas.
Afortunadamente, hoy estamos entendiendo con creciente claridad que educar no es instruir, adoctrinar, imponer o manipular. Educar es el arte de acercarse al alumno con respeto y con amor, para que se despliegue en él una vida verdaderamente humana. Educar es, en consecuencia, algo mucho más sublime, importante y difícil que enseñar matemáticas, lengua, inglés, computación o geografía.
Educar es formar personas, cincelar corazones nobles y generosos, ofrecer los ojos para que los alumnos, todos los alumnos, puedan mirarse en ellos y verse hermosos, valorados y queridos, para que así puedan mirar la realidad sin miedo y mirar a los otros con respeto y con cariño. Educar es contribuir a desarrollar armónicamente todas las dimensiones y potencialidades del ser humano (cualidades físicas, psíquicas, intelectuales, morales y espirituales), para que llegue a ser una persona plena y un ciudadano responsable y solidario.
Si no es esto, será a lo sumo, adiestramiento, capacitación, preparación para ejercer un oficio, una profesión o un trabajo, pero no educación. De ahí que la educación no puede reducirse a un asunto técnico, pues es esencialmente un asunto ético y humano; no puede ser meramente una profesión para ganarse la vida, sino que tiene que ser una vocación orientada a ganar a la vida a los demás, a provocar ganas de vivir con sentido y con proyecto.
El educador es el partero del alma, el que ayuda a cada alumno a conocerse y quererse, el que confiere la energía y confianza para que cada persona desarrolle la semilla de sí mismo y pueda alcanzar su plenitud. El quehacer del educador implica no sólo dedicar horas, sino dedicar alma.
Es educador quien no sólo está dispuesto a dar clases, sino que está dispuesto a darse, a gastarse en el servicio a los alumnos. Una palabra cariñosa, una sonrisa, una escucha oportuna pueden suponer la diferencia entre un pupitre vacío o un pupitre ocupado.
Formar personas sólo es posible desde el amor que crea seguridad y abre al futuro. Por ello, en Fe y Alegría, privilegiamos la formación permanente de todo nuestro personal para que vayan construyéndose a sí mismos como mejores personas, mejores ciudadanos, mejores profesionales. En estos momentos, Fe y Alegría está impartiendo a todo su personal (directivos, docentes, comunicadores sociales, administrativos y obreros) un curso teórico-práctico de formación humana, social, espiritual y pedagógica, con materiales impresos y digitalizados y jornadas presenciales y virtuales, que tiene una duración de tres años.