Educar en la era planetaria, como nos lo vienen repitiendo entre otros, Morin, Ciurana y Motta requiere formar hombres y mujeres pensantes, cabezas bien formadas, para hacer frente a las tormentas existenciales, sociales y políticas que nos castigan sin misericordia, y nos seguirán castigando cada vez con más fuerza. Hoy no es suficiente enseñar a conocer: hay que enseñar a razonar. Por ello, necesitamos una educación que promueva el análisis crítico de la realidad local y nacional y de la problemática mundial, que capacite para reconstruir y reinventar la cultura y el mundo.
Crítica que debe ser, primero que nada, autocrítica permanente, individual e institucional como medio esencial para cambiar, para mejorar, para irse superando sin cesar. Autocrítica como medio para alcanzar la autonomía intelectual y moral. Nadie supera sus debilidades si no comienza por reconocerlas. En palabras de Pascal, “la grandeza de un hombre consiste en reconocer su propia pequeñez”.
El mundo actual, tan superficial y tan inhumano, necesita hoy más que nunca, educadores críticos, capaces de reflexionar permanentemente sobre las propias ideas, valores y prácticas, de pensar la educación, el país y el mundo para contribuir a transformarlos. Educadores que estimulen la pregunta, la reflexión crítica sobre las propias preguntas, para superar el sinsentido de una educación que exige respuestas a preguntas que los alumnos nunca se hicieron, ni les interesan.
Educar es, en definitiva, enseñar a pensar con libertad y a ser fieles a la propia conciencia; es enseñar a argumentar, a defender las propias ideas y puntos de vista y a respetar los de los demás; enseñar a preguntar y a preguntarse como medio privilegiado para aprender y cambiar.
El uso de la pregunta como medio para construir el aprendizaje es un recurso muy antiguo, y filósofos como Sócrates o Platón lo utilizaron ampliamente. El propio Jesús, Maestro por excelencia, impactó no sólo por el contenido de sus enseñanzas, sino por la viveza pedagógica del modo de enseñarlas. Por ello, fue un gran hacedor de preguntas para provocar la reflexión, el cuestionamiento, la conversión, el cambio profundo del corazón.
El buen educador, como el poeta, es un permanente hacedor de preguntas. Estimula a sus alumnos a desarrollar el arte de pensar, que sólo es posible si aprenden sistemáticamente a preguntar y a dudar. La pregunta y la duda, más que la respuesta, constituyen lo medular en los procesos educativos. Tener preguntas es querer saber algo, manifestar hambre de aprender. En consecuencia, la educación, más que enseñar a responder preguntas, debe enseñar a preguntar respuestas y a dudar sobre las propias convicciones. La pregunta lleva a la reflexión profunda y al análisis.
La pregunta es tan importante en la educación que podemos afirmar que el maestro o profesor que domina la técnica de la pregunta domina el arte de la enseñanza. Desgraciadamente, en nuestra educación se sigue enseñando a responder y no a preguntar, y a responder las preguntas del maestro o profesor, con frecuencia preguntas sobre conocimientos fosilizados, sin el menor interés para los alumnos, que no provocan su reflexión ni cuestionamiento.
Si las actuales escuelas, liceos y universidades son lugares para aprender respuestas estériles y castigar el error, debemos transformarlos en lugares para interrogarnos e interrogar la realidad, para equivocarnos y asumir el error como una magnífica oportunidad de aprendizaje y crecimiento.
Es lo que con tanta insistencia repetía Simón Rodríguez,:“Enseñen a los niños a ser preguntones, para que pidiendo el porqué de lo que se les manda hacer, se acostumbren a obedecer a la razón, no a la autoridad como los limitados, ni a la costumbre como los estúpidos”.
También resultan iluminadoras las palabras de ese gran maestro cubano, José Martí: “Como la libertad vive del respeto y la razón se nutre de lo contrario, edúquese a los jóvenes en la viril y salvadora práctica de decir sin miedo lo que piensan y oír sin ira ni mala sospecha lo que piensan otros”.