Hoy, domingo 13 de enero, a las cuatro de la tarde, se le rendirá en la iglesia del barrio Bolívar, un homenaje al sacerdote Acacio Belandria, que falleció en la noche del 9 de diciembre en un accidente de tránsito cerca de San Cristóbal. La actividad, a la que se invita a sus amigos y seguidores, pretende ser una celebración y un canto a la vida, un agradecimiento muy especial a Dios que nos regaló a Belandria y nos permitió ser sus amigos y sus discípulos. Porque se gastó por entero en defensa de todos aquellos a los que se les niega la dignidad y los derechos esenciales, la vida de Belandria sigue siendo, más allá de su muerte, un manantial de vida y esperanza. En su corazón generoso y servicial pudimos asomarnos al corazón de un Dios que es puro amor, que tiene una especial predilección por los pequeños, los pobres y las víctimas y quiere vida abundante para todos.
Belandria hizo suyo el proyecto de Jesús y se entregó a él con pasión. Por ello se convirtió en voz de los sin voz y voz contra los que tienen demasiada voz. Nunca separó la labor pastoral y evangelizadora de la promoción humana y social, de la defensa aguerrida de los derechos de todos. Por ello, nunca se cansó de denunciar los abusos e injusticias y de anunciar la Buena Noticia de un Dios humilde y bueno, que se acerca a los seres humanos a invitarlos a construir en este mundo la justicia y la fraternidad. Como una verdadera antorcha, Acacio vivió para dar luz y calor, para alumbrar a los que andaban perdidos, para poner claridad en este mundo de tinieblas.. Por ello, sigue y seguirá brillando ente nosotros.
Aquí, en Maracaibo, Acacio sembró con entusiasmo las semillas del evangelio en las parroquias de San Felipe y del Manzanillo, y sobre todo en el barrio Bolívar, donde durante 15 años y acompañado por las Hermanas Misioneras Médicas, se dedicó a proponer el seguimiento a Jesús que debía traducirse en promoción humana y organización comunitaria. En las décadas de los setenta y de los ochenta, cuando la palabra revolución era un tabú, Acacio se atrevió a proponer la más profunda de todas las revoluciones, la revolución ética de Jesús, la conversión radical a los valores de la sencillez, la compasión y el amor. Recuerdo con qué avidez algunos atesorábamos los ejemplares del periódico Voz del Barrio, donde seguíamos el caminar de una comunidad tras las huellas de Jesús en la conquista de sus derechos esenciales. Con Belandria aprendimos que Jesús está siempre con las víctimas, nunca con los opresores y verdugos, que está en el grito del obrero que reclama justicia, en la voz del campesino que exige tierras, en la indignación de la mujer que pelea por sus derechos y los de sus hijos y vecinos. Durante años, la comunidad cristiana del barrio Bolívar se convirtió en una referencia obligada, dentro y fuera de Maracaibo, para todos los que queríamos vivir con radicalidad el evangelio.
Tras un breve paréntesis de tres años como superior del teologado de los jesuitas en Caracas, Acacio, ese joven indómito de 69 años, se fue al Nula, zona apureña, fronteriza con Colombia. Allí, se dedicó por entero a la defensa de los derechos humanos tan pisoteados y violados. Además de promover una importante labor preventiva mediante la educación para la paz y la organización popular, fundó la Defensoría del Niño, Niña y Adolescente y la Comisión de Justicia y Paz, encargadas en su parroquia de atender a todas las personas víctimas de alguna violación de sus derechos. En varias oportunidades y con un valor increíble, levantó su voz de profeta para denunciar públicamente el reclutamiento forzado de niños y niñas en El Nula, los abusos y detenciones arbitrarias de fuerzas militares contra refugiados, y la presencia en tierra venezolana de los grupos armados colombianos como las FARC y el ELN. A sus casi 83 años, este joven incansable visitaba mensualmente a más de 16 comunidades campesinas en el Alto Apure para llevarles la eucaristía y los sacramentos.
Murió como había vivido, con las botas puestas. Para mí que Jesús lo invitó a pasar las navidades en el cielo pues quería comer las hallacas con él. Porque Belandria sigue viviendo y disfrutando a plenitud de ese amor a Dios que fue el credo fundamental de su vida y que lo convirtió en amor a las víctimas y amor a la Iglesia profética y valiente de Proaño, Casaldáliga y Romero, la Iglesia comprometida con los pobres.