El 10 de diciembre de 1948, cuando el mundo seguía estremecido ante el horror de los campos de exterminio nazi y de la barbarie de la Segunda Guerra Mundial que ocasionó unos 50 millones de muertos, dejó ciudades enteras convertidas en escombros y nos asomó al poder destructor de las armas nucleares, un centenar de países reunidos en París, firmaron la Declaración Universal de los Derechos Humanos: “Todos los seres humanos nacen libres y son iguales en dignidad y derechos”. Hoy, después de 63 años de aquella firma solemne, el mundo sigue más desigual e injusto que nunca: el 20% de la población acapara y consume el 80% de los recursos disponibles y el 7,7% de la población emite el 50% de los gases causantes del cambio climático.
Mientras una vaca europea es subvencionada con tres dólares diarios, mil doscientos millones de personas en el mundo, deben vivir con menos de un dólar al día. El gasto militar en el mundo, según la ONU, asciende a más de un billón de dólares al año. Aumenta el gasto militar y aumenta la miseria. Con tan sólo lo que se gasta en armas en diez días, se podría proteger a todos los niños del mundo. La fabricación de armas es la industria más próspera a nivel mundial, seguida por el narcotráfico, que mueve al año unos 500.000 millones de dólares. El precio de un tanque moderno equivale al presupuesto anual de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la agricultura y la alimentación).
Con el valor de un caza supersónico se podrían poner en funcionamiento 40.000 consultorios de salud. El adiestramiento de un soldado de guerra cuesta al año 64 veces más que educar a un niño en edad escolar, y la cuarta parte de los científicos del mundo se dedican a la investigación militar, mientras escasean los que se dedican a encontrar curas contra enfermedades como el sida, que está despoblando a algunos de los países más pobres de África. Se calcula que una bala cuesta lo mismo que un vaso de leche, y mientras más abundan las balas más escasea la leche.
Según la ONU, cada tres segundos, muere un niño de hambre, 1.200 cada hora. El hambre produce una matanza diaria similar a todos los muertos que ocasionó la bomba nuclear sobre Hiroshima. Sin embargo, si la humanidad se lo propusiera seriamente, el hambre podría ser derrotada hoy fácilmente: Según la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) la agricultura moderna está en capacidad de alimentar a doce mil millones de personas, casi el doble de la población actual.
Pero no hay voluntad política para ello: Todas las campañas y propuestas para aliviar la pobreza y la miseria en el mundo han fracasado estrepitosamente. Y no hay voluntad política, porque hemos perdido la sensibilidad, la compasión, la misericordia. Según la ONU. con el 1% de lo entregado por los gobiernos para salvar la crisis bancaria en el 2010, sería suficiente para erradicar hoy mismo, el hambre en el mundo. Por ello, Jean Ziegler, exrelator especial de la ONU para el Derecho a la Alimentación, no vacila en catalogar al actual orden mundial como asesino y absurdo: “El orden mundial no es sólo asesino, sino absurdo; pues mata sin necesidad: Hoy ya no existen las fatalidades. Un niño que muere de hambre hoy, muere asesinado”
A ire, mares y ríos están heridos de muerte. La tierra languidece y se rebela ante tanta violencia y tanto maltrato. El clima del mundo se altera cada vez más. El agujero en la capa de ozono alcanza ya el tamaño de toda Europa. La mitad de los bosques húmedos que una vez cubrieron la tierra han desaparecido. Hoy, como todos los días del año, desaparecerán 50 mil hectáreas de bosque húmedo. Cada hora es arrasada un área equivalente a unos 600 estadios de fútbol.
Estos datos, y otros muchos que podríamos proporcionar, expresan de un modo elocuente la deshumanización de nuestro mundo y, en consecuencia, la necesidad de cambiarlo. A la cruda y espantosa miseria de miles de millones de personas, habría que añadir la creciente miseria humana y espiritual de los satisfechos. Miles de millones de personas se deshumanizan al tener que vivir y morir en condiciones inhumanas, otros se deshumanizan al volverse insensibles ante la miseria y el dolor de los demás.